Los cuatro grandes inventos de la Antigua China, la brújula, la pólvora, el papel y la impresión, se encuentran entre los avances tecnológicos más importantes, recién conocidos en Europa hacia fines de la Edad Media. En particular, la época de la Dinastía Tang (618-906) fue de gran innovación.
El ascenso de China en los últimos cuatro decenios ha sido el caso más
importante de desarrollo humano de toda la historia. Según el Banco Mundial, desde que empezó en 1978 el programa de reformas económicas de Deng Xiaoping, el Producto Interior Bruto de China (PIB) ha pasado de unos 150.000 millones de dólares a 12,24 billones (en 2017).
En 1980, la economía china representaba alrededor del 2,19% del PIB mundial en paridad de poder adquisitivo (PPA). En 2016, esa cifra superó el 18%. Este proceso de crecimiento acelerado se ha visto acompañado de una drástica reducción de la pobreza extrema en el país.
Desde 1981, en China, más de 500 millones de personas han salido de la pobreza. El número de ciudadanos que viven con 1,90 dólares o menos al día (en términos de PPA) ha caído en los últimos 30 años del 88% a menos del 5%. Estas son unas cifras de éxito económico asombrosas.
Uno de los asuntos centrales de esta historia de crecimiento económico ha sido la capacidad de China para desarrollar un sector industrial inicialmente rudimentario pero, después, cada vez más sofisticado.
Ante las muestras cada vez mayores de que el crecimiento va a depender de los sectores más adelantados de la economía y, en particular, de aquellos basados en un gran uso de la tecnología, el Gobierno chino está hoy concentrado en el desarrollo de las industrias avanzadas.
Este enfoque se ha concretado en la estrategia Made in China 2025, que intenta convertir a China en una superpotencia de la fabricación avanzada en el próximo decenio.
Según un informe del Instituto Mercator, “la estrategia se dirige prácticamente a todas las industrias de alta tecnología: automóvil, aviación, maquinaria, robótica, equipos ferroviarios y marítimos de alta tecnología,
vehículos de ahorro energético, instrumental médico y tecnologías de
la información, por mencionar solo algunas”.
La capacidad de China para mantener su vía de desarrollo económico dependerá, desde luego, de su capacidad de avanzar hacia la frontera de la economía del conocimiento y aprovechar la ventaja competitiva de sus innovaciones tecnológicas.
La geopolítica de los procesos descritos más arriba es cada vez más
complicada.
En líneas generales, el ascenso de China a la vanguardia económica ha llevado a muchos a pronosticar un enfrentamiento directo con Estados Unidos. Esta tragedia geopolítica ha sido calificada por algunos como una suerte de trampa de Tucídides, en referencia al supuestamente interminable fenómeno de que los poderes emergentes
colisionan con los poderes establecidos.
Según esta teoría, dicha trampa puede mostrarse en muchos frentes y adoptar diferentes formas. Podría muy bien conducir, al principio, hacia una guerra económica en la que China y EE UU intentaran cada uno evitar que el otro adquiriera ventaja económica, sobre todo una ventaja en los avances tecnológicos.
Con el tiempo, podría desembocar en un conflicto total, ya sea sobre
territorios o sobre la protección a los aliados. Sin embargo, el
ascenso de China y su nueva dependencia de la tecnología también
marcan el comienzo de un debate distinto, aunque igualmente
importante: ¿Qué significa para el orden liberal la presencia de una
potencia no democrática de la dimensión de China?
Y, más importante, ¿cómo repercute el avance tecnológico chino en los argumentos en favor de la democracia que los países occidentales han promovido a lo largo de los años? ¿Su progreso tecnológico es una herramienta para el avance de las libertades individuales o facilita una gobernanza autocrática y centralizada?